Últimamente llegan noticias de escuelas que tratan de naturalizar sus espacios y se encuentran con inspectores que no lo autorizan, porque los troncos no están "homologados". Esto nos mete de lleno en el debate de los riesgos en la infancia. En Saltamontes pensamos que la peor manera de gestionar el riesgo es negándolo. Esto, llevado al
contexto del juego infantil, se traduce en niños que no tienen la oportunidad
de enfrentarse a los riesgos como caídas o golpes de bajo impacto; en niños
de porcelana que se asustan por pequeños cambios en el ambiente, por
tropezones más figurados que reales. Estos niños se convertirán en personas
incapaces de asumir retos en la vida adulta, en seres paralizados por la
incertidumbre, sin herramientas para la adaptación ni resiliencia. No sabrán
resolver problemas porque jamás se habrán enfrentado a uno real. En la sociedad
actual, con la incertidumbre tan grande que existe en el mundo laboral –lo que
el sociólogo polaco Zygmunt Bauman bautizó como sociedad líquida- y con
los modelos tan variados de relaciones familiares, es imprescindible ser
flexible para poder sobrevivir. Los patios de caucho, las mesas con esquineras,
los utensilios de plástico y la ropa acolchada hacen que nuestros niños crezcan
en un ambiente hiperprotegido que de ninguna manera los prepara para la vida.
No se trata, por supuesto, de que sufran daños. Por eso es importante
distinguir entre riesgo y peligro. Mientras que el primero lo podemos manejar,
modulando la probabilidad de que se produzca ese daño, y la severidad de su
impacto, el segundo no lo debemos permitir. Esa probabilidad viene dada,
fundamentalmente, por la capacidad del individuo de manejar el riesgo y por el
conocimiento profundo que éste tiene del mismo. Para subir a un árbol de forma
segura no importa tanto el arnés, sino saber a qué altura podemos llegar sin
que suponga un peligro y dejar de hacerlo cuando ya no tengamos el control de
la situación. Control que sólo puede conseguirse mediante la práctica,
enfrentándonos de manera gradual al reto. Por eso es más peligrosa una rama
débil que una rama elevada. Porque de la primera desconocemos si se va a
romper, mientras que de la segunda conocemos su altura y sabemos si podemos o
no llegar a ella de forma controlada. Lo mismo podría decirse de cualquier
obstáculo o dificultad que haya en la vida diaria de los niños (mobiliario,
herramientas, actividad física, traslados, etc.). Son muchos los expertos que
alertan de los peligros de vivir en una sociedad que rehúye el riesgo, remito a
los trabajos de referentes como Tom Gill o Ellen H. Sandseter, por ejemplo.
Hay incluso quien habla de los efectos negativos para la salud mental y el
desarrollo del “síndrome de déficit de riesgo”. Estamos criando niños de
porcelana. Bellos, sí, pero extremadamente frágiles.
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