Una excursión ideal con niños debería incluir siempre un
viaje en tren, pues es un medio de transporte que les fascina. Así que la
subida al Puerto de Navacerrada desde Cercedilla con el funicular de vía
estrecha nos tuvo a todos emocionados: por ver a los niños disfrutar y –reconozcámoslo–
por nuestras propias expectativas y nuestras sensaciones de antaño.
Con la
compañía de algunos jubilados andarines, nos sentamos en el vagón y abrimos la
ventana para ver, oír y oler el campo, en esta incipiente primavera soleada.
Pasado Camorritos, empieza a dominar el pinar, aunque los claros de vez en
cuando nos regalen la vista de las cumbres nevadas y los prados en obsceno
esplendor. El sonido y el movimiento tan arquetípico del tren y sus silbidos
roncos y melancólicos crean un ambiente muy “de excursión”, así que al llegar
al puerto, saltamos al andén con ganas de monte y de nieve. De eso último sólo
quedaban los restos de los montones apartados por la quitanieves.
En el bosque
ya corre el agua del deshielo y es lo primero que descubren. Apasionante meter
los pies en ella, alguno de ellos lo hace incluso descalzo.
La altitud les debe
afectar algo, porque han sentido rápidamente hambre y una vez localizado un
claro soleado entre los helechos y los pinos, nos aplicamos a la sana tarea de
almorzar. Como siempre, se comparte todo lo que traemos y surgen las clásicas
negociaciones para intercambiar viandas. Pasamos un buen rato en esa tesitura,
hasta que deciden continuar explorando.
Encuentran un tronco grande que hacen rodar
por las praderas cual troncomóvil. En sus subidas y bajadas, se dedican a
recopilar ramas de pino pulidas por las inclemencias, algunas de ellas también
taladradas de túneles de insectos que viven bajo la corteza, creando bellos
patrones serpenteantes, muy diferentes pues a las de encina que acostumbran a
ver. También recogen restos de corteza, para hacer collage cuando surja.
El
tiempo pasa volando y saltando
ramas, piedras y arroyos cantarines, regresamos a la estación para el trayecto
de regreso. Esta vez nos aguarda una sorpresa, porque los niños son invitados a
la cabina del maquinista.
La verdad es que no sabría decir quién disfrutó más
de la experiencia, si ellos o algunos de los que les acompañábamos. Bueno, al
niño que tocó el silbato le tuvo que gustar…
Y así, con el recuerdo de un
día alegre y sereno, volvemos cada uno a nuestra casa….