La naturaleza no es una varita mágica. Cuando explicamos a otros cómo
trabajamos en Saltamontes, ponemos mucho énfasis en los beneficios que da la naturaleza
en el desarrollo, la salud e incluso las relaciones de respeto y empatía que se
dan entre los niños. Sin embargo, esto no es automático; no sucede por el
simple hecho de estar ahí fuera. Me di cuenta de esto cuando vinieron a
visitarnos unos educadores coreanos. Uno de ellos me preguntó para qué teníamos
una escuela como Saltamontes si los niños tenían la naturaleza al alcance de su
mano, a la puerta de sus casas. Inicialmente me quedé “con la boca llena de
dientes”, como se dice en mi pueblo. Pero luego lo entendí. La clave está en
las relaciones. En cómo los niños aprender a estar y a ser. Esto no viene
(sólo) facilitado por el medio, sino por cómo es y cómo se está en este
proyecto. Basta, sino, con ver cómo se comportan algunas personas supuestamente
amigas de la naturaleza, pero cuyo mayor afán es (des-)hollar cumbres, horadar
sendas con sus flamantes ciclos de montaña o escuchar el partido de la Champions
a la sombra de los pinos. Y si en ese afán, algunos, olvidan las normas básicas
de convivencia, qué no será del respeto que merece el medio. Para ellas, la
naturaleza no es sino soporte físico para sus hazañas y no les queda más
remedio que acudir a ella. El contacto con la naturaleza es superficial y no
alcanza así la trascendencia necesaria. Un pilar importante de la pedagogía en
Saltamontes es, precisamente, facilitar esa relación profunda y trascendente
con el medio y para ello se trabajan las relaciones de respeto. Con el medio,
con los otros y con uno mismo. Al fin y al cabo, como se ha dicho aquí
repetidas veces, somos naturaleza. Respetarla es respetarnos a nosotros mismos.
Si, además, como decía Khalil Gibran, “no heredamos la Tierra, sino que la
tomamos prestada de nuestros hijos”, ese respeto ha de ser máximo, pues es
nuestra responsabilidad otorgar este legado a generaciones venideras. Esos “amigos
de la naturaleza” a los que antes aludía, harán bien en pensar no sólo en las
personas con las que comparten el espacio sino en entender que ese lugar es
parte de su esencia. Dañándolo, se hieren a sí mismos.
PD Invito a consultar esta pequeña obra que da pistas sobre cómo comportarnos en la montaña, conejos útiles para todos nosotros.