Álvaro, uno de los veteranos
saltamontes, llevaba tiempo contagiando su entusiasmo por los trenes a sus
compañeros. Gracias a él todos saben que los cercanías que se ven desde el
territorio Saltamontes son un 447 y que esos que van tan rápido son los trenes
pato. Así que se impuso un viaje al museo del ferrocarril. Álex, un padre de
extensa familia ferroviaria, gestionó la visita con un voluntario del museo,
Carlos. Éste nos mostró con cariño y orgullo las viejas máquinas de vapor, las
imponentes locomotoras eléctricas, los vagones de tercera con asientos de
madera, los coches cama en los que esperas ver a Poirot agazapado o los
achaparrados talgos con ojo de buey.
Entre nosotros había quien de pequeños
llegamos a viajar en algunos de esos trenes, y nos sentimos de repente muy
mayorcitos.
Los niños disfrutaron con las maquetas que representaban escenas
ferroviarias reales y subieron y bajaron de los vagones con entusiasmo.
Finalizada la visita con Carlos, tomamos un tentempié al aire libre y tomamos
el camino de regreso. En tren, por supuesto…
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