martes, 18 de junio de 2019

Niños de porcelana fina

Últimamente llegan noticias de escuelas que tratan de naturalizar sus espacios y se encuentran con inspectores que no lo autorizan, porque los troncos no están "homologados". Esto nos mete de lleno en el debate de los riesgos en la infancia. En Saltamontes pensamos que la peor manera de gestionar el riesgo es negándolo. Esto, llevado al contexto del juego infantil, se traduce en niños que no tienen la oportunidad de enfrentarse a los riesgos como caídas o golpes de bajo impacto; en niños de porcelana que se asustan por pequeños cambios en el ambiente, por tropezones más figurados que reales. Estos niños se convertirán en personas incapaces de asumir retos en la vida adulta, en seres paralizados por la incertidumbre, sin herramientas para la adaptación ni resiliencia. No sabrán resolver problemas porque jamás se habrán enfrentado a uno real. En la sociedad actual, con la incertidumbre tan grande que existe en el mundo laboral –lo que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman bautizó como sociedad líquida- y con los modelos tan variados de relaciones familiares, es imprescindible ser flexible para poder sobrevivir. Los patios de caucho, las mesas con esquineras, los utensilios de plástico y la ropa acolchada hacen que nuestros niños crezcan en un ambiente hiperprotegido que de ninguna manera los prepara para la vida. No se trata, por supuesto, de que sufran daños. Por eso es importante distinguir entre riesgo y peligro. Mientras que el primero lo podemos manejar, modulando la probabilidad de que se produzca ese daño, y la severidad de su impacto, el segundo no lo debemos permitir. Esa probabilidad viene dada, fundamentalmente, por la capacidad del individuo de manejar el riesgo y por el conocimiento profundo que éste tiene del mismo. Para subir a un árbol de forma segura no importa tanto el arnés, sino saber a qué altura podemos llegar sin que suponga un peligro y dejar de hacerlo cuando ya no tengamos el control de la situación. Control que sólo puede conseguirse mediante la práctica, enfrentándonos de manera gradual al reto. Por eso es más peligrosa una rama débil que una rama elevada. Porque de la primera desconocemos si se va a romper, mientras que de la segunda conocemos su altura y sabemos si podemos o no llegar a ella de forma controlada. Lo mismo podría decirse de cualquier obstáculo o dificultad que haya en la vida diaria de los niños (mobiliario, herramientas, actividad física, traslados, etc.). Son muchos los expertos que alertan de los peligros de vivir en una sociedad que rehúye el riesgo, remito a los trabajos de referentes como Tom Gill o Ellen H. Sandseter, por ejemplo. Hay incluso quien habla de los efectos negativos para la salud mental y el desarrollo del “síndrome de déficit de riesgo”. Estamos criando niños de porcelana. Bellos, sí, pero extremadamente frágiles.