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jueves, 12 de diciembre de 2019
lunes, 18 de noviembre de 2019
Conectar con la naturaleza, una cuestión de mirada y actitud
Escribo este texto desde un tren, de regreso de un congreso científico. Mi
único contacto con la naturaleza exterior es lo que aprecio por la ventana.
Puedo distinguir árboles: encinas, parecen. Y algunos pajarillos que no logro
identificar, bajo la luz que ya declina. Pese a lo escueto del detalle y lo
efímero de la escena, me inunda de paz. En ese momento nada me distrae y puedo
divagar un poco. O tal vez, en realidad, conectar. Pienso en la mesa redonda en
la que acabo de participar, en la que se hablaba de cómo vincularnos con la
naturaleza en las ciudades, especialmente durante la infancia. Pienso que se
trata más bien de una cuestión de mirada y actitud y no tanto de lo virgen que sea
el entorno. No es posible, ni podemos pretender que lo sea, que todos los niños
puedan acudir a escuelas en la naturaleza, en las que tienen un contacto
profundo y permanente con ella. Pero sí se puede naturalizar no sólo el aula o
el currículo, sino también nuestra mirada y actitud. Conectar con la naturaleza
es un acto de comunicación que empieza por percibirla con los sentidos, como
hago yo ahora mirando por la ventana. Podemos sentirla también en multitud de
pequeños detalles cotidianos: un pájaro que alza el vuelo, el olor de la
lluvia, el zumbido de un insecto o una brizna de hierba que se abre paso en el
asfalto. Si educamos la mirada -y los demás sentidos-, la percibiremos en
muchas más ocasiones de lo que imaginamos, y con mayor intensidad. Si tenemos
una actitud de paciencia expectante, de serena apertura, la naturaleza se
colará en nuestras vidas como una superviviente obstinada. Traspasará las
fronteras invisibles de nuestra alienación, percolando cual fina e incansable
lluvia sobre un barbecho, que lo torna fértil y lozano.
martes, 10 de septiembre de 2019
martes, 3 de septiembre de 2019
Sobre apropiación cultural
Ahora que tanto se habla de “apropiación cultural” nos gustaría hacer una
reflexión al hilo de varias publicaciones que han aparecido en el ámbito anglosajón[1],
que se hacen eco de usos indebidos de la educación en la naturaleza. Desde
nuestro punto de vista ni la naturaleza ni la educación deberían ser objeto de apropiación,
privatización, concesión o como se le quiera llamar. La educación es un derecho
universal, recogido como tal en diversas declaraciones, tratados, acuerdos y
demás documentos legares de ámbito internacional. Está, por tanto, fuera de
toda duda. La naturaleza, por otro lado, es un bien común que tampoco debería
prestarse al lucro de unos pocos, espinoso asunto que por supuesto trasciende
estas líneas. Esto, que parece tan sencillo, no lo parece tanto cuando hablamos
de proyectos de educación en la naturaleza. Para disfrutar de ellos es con
frecuencia necesario desembolsar un dinero. Pero ello no quiere decir que se
haga con fines únicamente lucrativos, sino que simplemente se han de cubrir
gastos como sueldos, alquileres, seguros, materiales, etc. Tampoco es pecado
que alguien con ánimo emprendedor inicie un proyecto de este tipo y desee
ganarse la vida con ello. Pero de ahí a registrar el aprendizaje en la
naturaleza, como si se pudiera patentar una experiencia de juego al aire libre;
o se prohíba el uso de piedras, piñas y palos porque a alguien se le ha
ocurrido bautizarlo como una pedagogía con nombres y apellidos, media un
trecho. Lo que en su día vivimos como juego en libertad, ahora resulta que hay
que pagar no sólo por disfrutarlo, sino que llevar un canon como si los árboles
fueran de la SGAE. Cada vez es más difícil realizar cualquier actividad que no
suponga un desembolso, ya sea por desplazarnos a un lugar, acceder a él, usar
un material o disfrutar de una sombra. Esto ya lo han descubierto hace mucho
los centros comerciales, en vez de bancos para descansar, nos ponen terrazas
para consumir. A este paso, nos van a cobrar hasta por estar a la sombra. Ya no
digo por jugar en ella… Y cada vez que hagamos una pirueta, a pasar por
taquilla para abonar al que la “patentó”.
Yéndonos al otro extremo, tampoco se puede considerar cualquier experiencia
como “educación en la naturaleza”, porque entonces lo sería la parrillada que
nos pegamos el fin de semana pasado con los cuñados o salir a visitar una
granja con el colegio. Sobre este tema ya hemos escrito muchas veces... Educar
en la naturaleza es, por tanto, una actividad que debería ser libre, gratuita y
universal (y, si no lo es, que sea sólo por la falta de apoyo político y
económico), pero que ha de tomarse con rigor y seriedad. No basta con ponerle
sólo el nombre (sea “educar en la naturaleza” o cualquier otro que se le parezca)
ni ayuda que esos otros nombres se comercialicen como ideas exclusivas de
personas concretas. No sólo no garantizan nada, sino que desprestigian su esencia.
Si Aristóteles ya defendía las experiencias de aprendizaje al aire libre hace
un par de milenios, Rousseau hace unos siglos y Giner y Sensat hace apenas un
centenar de años, por nombrar sólo a unos pocos, ¿quiénes somos nosotros para
apropiarnos de esta idea? Seamos humildes y respetemos el legado que tan
ilustres pensantes nos dejaron. Se trata de la educación de nuestros hijos, ahora,
y de la conservación de la naturaleza que les dará el sustento, después. Necesitamos
altura de miras, no de ambiciones.
[1] Leather, M. (2018). A critique of “Forest School” or something lost in translation. Journal of Outdoor and Environmental Education, 21(1), 5-18 y Sackville-Ford, M., & Davenport, H. (Eds.). (2019). Critical Issues in Forest Schools. SAGE Publications Limited.
martes, 18 de junio de 2019
Niños de porcelana fina
Últimamente llegan noticias de escuelas que tratan de naturalizar sus espacios y se encuentran con inspectores que no lo autorizan, porque los troncos no están "homologados". Esto nos mete de lleno en el debate de los riesgos en la infancia. En Saltamontes pensamos que la peor manera de gestionar el riesgo es negándolo. Esto, llevado al
contexto del juego infantil, se traduce en niños que no tienen la oportunidad
de enfrentarse a los riesgos como caídas o golpes de bajo impacto; en niños
de porcelana que se asustan por pequeños cambios en el ambiente, por
tropezones más figurados que reales. Estos niños se convertirán en personas
incapaces de asumir retos en la vida adulta, en seres paralizados por la
incertidumbre, sin herramientas para la adaptación ni resiliencia. No sabrán
resolver problemas porque jamás se habrán enfrentado a uno real. En la sociedad
actual, con la incertidumbre tan grande que existe en el mundo laboral –lo que
el sociólogo polaco Zygmunt Bauman bautizó como sociedad líquida- y con
los modelos tan variados de relaciones familiares, es imprescindible ser
flexible para poder sobrevivir. Los patios de caucho, las mesas con esquineras,
los utensilios de plástico y la ropa acolchada hacen que nuestros niños crezcan
en un ambiente hiperprotegido que de ninguna manera los prepara para la vida.
No se trata, por supuesto, de que sufran daños. Por eso es importante
distinguir entre riesgo y peligro. Mientras que el primero lo podemos manejar,
modulando la probabilidad de que se produzca ese daño, y la severidad de su
impacto, el segundo no lo debemos permitir. Esa probabilidad viene dada,
fundamentalmente, por la capacidad del individuo de manejar el riesgo y por el
conocimiento profundo que éste tiene del mismo. Para subir a un árbol de forma
segura no importa tanto el arnés, sino saber a qué altura podemos llegar sin
que suponga un peligro y dejar de hacerlo cuando ya no tengamos el control de
la situación. Control que sólo puede conseguirse mediante la práctica,
enfrentándonos de manera gradual al reto. Por eso es más peligrosa una rama
débil que una rama elevada. Porque de la primera desconocemos si se va a
romper, mientras que de la segunda conocemos su altura y sabemos si podemos o
no llegar a ella de forma controlada. Lo mismo podría decirse de cualquier
obstáculo o dificultad que haya en la vida diaria de los niños (mobiliario,
herramientas, actividad física, traslados, etc.). Son muchos los expertos que
alertan de los peligros de vivir en una sociedad que rehúye el riesgo, remito a
los trabajos de referentes como Tom Gill o Ellen H. Sandseter, por ejemplo.
Hay incluso quien habla de los efectos negativos para la salud mental y el
desarrollo del “síndrome de déficit de riesgo”. Estamos criando niños de
porcelana. Bellos, sí, pero extremadamente frágiles.
lunes, 6 de mayo de 2019
lunes, 29 de abril de 2019
Las escuelas en la naturaleza en los medios
El otro día hablaba con alguien
del sector editorial sobre una posible traducción de los libros que hemos
escrito desde Saltamontes y concluimos que si había un mercado en el que no
tendrían cabida era el escandinavo. Allí no hay que explicarles la importancia
de estar en contacto con la naturaleza. Es un tema, en fin, del que no se
habla, porque no hace falta. Al sur
de Jutlandia la cosa cambia. Necesitamos exponer vivamente lo que nos aporta la
naturaleza. En los últimos tiempos aparecen en las redes muchas referencias a
los beneficios de permanecer en ella: darse baños de bosque, jugar al aire
libre, reverdecer los patios, practicar el bushcraft,
etc. Está más que demostrado que la naturaleza es beneficiosa para la salud
física y mental, para el bienestar y para un adecuado desarrollo de los niños,
entre otras muchas cosas. Y en estas contribuciones se citan trabajos
científicos que lo refrendan, se ofrecen recetas y recomendaciones, se insta a
salir al medio natural con memes inspiradores, ocurrentes infografías, etc. Las
empresas especializadas nos venden ropa, equipamiento, paisajes y experiencias.
Hay quien incluso cifra en horas al día el tiempo de estancia mínimo para que
todo ello tenga sentido. Del mismo modo, salen libros, artículos, entrevistas,
videos, documentales… una abundancia de recursos cuya lectura o visionado,
paradójicamente, nos roban el tiempo para hacer lo que nos piden: salir ahí
fuera. Recuerdo con especial asombro un video de una escuela en la naturaleza
en los EEUU, que fue visto por ¡1,9 millones de internautas! Que aparezcan
nuestras escuelas en la prensa generalista es sin duda un paso importante para
su difusión. ¿A quién no le halaga que salga su proyecto, su nombre o sus ideas
en tantos sitios? Pero cabe preguntarse si todo esto es lo que deseamos que
suceda. En el fondo, el mejor signo de normalización, de aceptación por parte
de la sociedad, sería que no se nos viera en la prensa o en internet. Tras esta
explosión mediática, sin duda imprescindible y muy de agradecer hacia quienes
la hacen posible, deberíamos aspirar con el tiempo a “desaparecer”. Queda aún
mucho por recorrer, para estar en igualdad de condiciones con el resto de las
escuelas. Debemos hacer entender que no somos “competencia desleal”, porque las
escuelas en la naturaleza serias, nos autoimponemos requisitos que van mucho
más allá de lo que pide la normativa, pagamos impuestos como cualquier otra
iniciativa de emprendimiento (educativa o de la índole que sea), ofrecemos a
nuestros trabajadores condiciones iguales o mejores que en las escuelas
reconocidas y, sin embargo, no recibimos ningún tipo de apoyo institucional ni
administrativo. El día que todo esto se entienda, que se conozca el rigor y la
seriedad con la que trabajamos, será el día en que podamos desaparecer del
radar. Pero no por ir por debajo de él, sino por ser ya “parte del paisaje”. Mientras
tanto, ahí debemos seguir, exponiendo nuestra realidad ¡ante luz y taquígrafos!
Y con todo nuestro agradecimiento a los medios y a sus lectores, por la
atención prestada.
martes, 12 de marzo de 2019
viernes, 8 de marzo de 2019
Mujer de naturaleza valiente
En un día tan simbólico como hoy,
queremos homenajear a una mujer admirable: artista, exploradora, científica,
pionera en muchos sentidos. Su mérito no estuvo sólo en todo lo que hizo, sino
en haberlo conseguido siendo una mujer nacida en el siglo XVII y, para más inri,
divorciada. Se trata de Maria Sybilla von Merian (Fráncfort, 2 de abril de 1647- Ámsterdam, 13 de enero de 1717). Hija de un grabador suizo, de quien heredó el
talento, puso en práctica sus habilidades artísticas al servicio de la ciencia.
Dibujó magistralmente especies de plantas e insectos de la región neotropical, al
principio a partir de ejemplares traídos a Europa, pero más tarde organizando
sus propias expediciones naturalistas a lugares como (lo que hoy es) Surinam. Fruto de ese
trabajo, llegó a describir especies nuevas para la ciencia y fue admirada por
el propio Linneo. Sentó las bases de la entomología moderna, pues no existía
hasta entonces un interés destacado en los insectos, considerados “criaturas
endiabladas”. Especialmente importante fue el estudio de la metamorfosis de los
lepidópteros, que hasta entonces se creía que surgían del barro por generación
espontánea. Fue también la primera ilustradora que representó a plantas y
animales juntos, mostrando las relaciones entre ellos y no sólo su morfología,
por lo que se la puede considerar precursora de la ecología. Su trabajo tiene
pues un doble mérito, científico y artístico, que aún hoy es valorado en ambos mundos. De hecho,
sus obras se cotizan al alza en el mercado del arte. Von Merian supo, pues,
aunar arte y naturaleza con rigor y sensibilidad. O, como ella misma
decía: “El arte y la naturaleza siempre estarán luchando hasta que finalmente
se conquisten uno al otro para que la victoria sea el mismo trazo y línea”.