En un reciente artículo de nuestros amigos de Estonoesunaescuela, se cuenta la historia de un inspector que obligaba
a una escuela a utilizar troncos “homologados” en el patio para que los niños
no se lastimaran. A raíz de ello, nos surge la eterna cuestión de la
homologación de las escuelas en la naturaleza. La homologación es el santo
grial de muchas de los proyectos, en nuestra opinión, mal llamados “alternativos”,
por la connotación marginal que ese término conlleva. Desean tener ese reconocimiento
oficial que les permita operar (en caso de que trabajen con niños en edad de
escolarización obligatoria), abrir mercados (muchas familias entienden la
homologación como un sello de calidad), tener más visibilidad (aparecer en
listados y bases de datos) y tener acceso a ayudas y subvenciones. Desde
Saltamontes compartimos algunas de estas razones y respetamos los criterios que
marca la ley. Estemos de acuerdo o no con ella, es la ley. Pero por suerte o
por desgracia, no nos es posible cumplir con los objetivos que ésta marca y,
por tanto, no nos podemos homologar, salvo que cambie la normativa (o su interpretación). No nos es posible cumplir con ella por la sencilla razón de que la naturaleza
no es homologable. Todo nuestro curriculum
está basado en el contacto íntimo con ella, tal cual es, y quedaría
completamente desvirtuado si la adaptamos a los niveles de seguridad, de confort
o de predictabilidad que algunos burócratas buscan. Esto no quiere decir que en
escuelas como Saltamontes seamos temerarios o negligentes. El contacto con la
naturaleza al natural, sí, pero bajo un acompañamiento profesional, prepara a chicos y
mayores a tener flexibilidad, resiliencia, empatía, autonomía, autoconocimiento…
en fin, una serie de valores y capacidades -de nuevo, mal llamadas- “blandas”,
que tanto se empiezan a apreciar en el mercado laboral. Amén, por cierto, de cumplir
punto por punto los objetivos que marca la ley para la etapa de infantil (pero
eso sería objeto de otro post). Pensamos que tal vez sea el momento de
plantearse un nuevo modelo educativo, que se base en la evidencia y no tanto en
homologaciones rígidas y sobre el papel. Mal que les pese a algunos, por suerte
-y no por desgracia-, no se puede registrar, patentar o estandarizar la
naturaleza.
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miércoles, 24 de enero de 2018
sábado, 13 de enero de 2018
¿Existe una pedagogía de la naturaleza?
Tal vez pensamos que la educación en la naturaleza es una
activiad marginal, relegada a unos cuantos grupos de familias y maestros que
salimos al monte con los niños y que somos vistos como unos excéntricos por los
demás. Nada más lejos de la realidad. En la reciente conferencia internacional
de escuelas en la naturaleza que se celebró en Praga, un cálculo grosso modo arroja una cifra de más de
3.000 centros de este tipo en Europa, la mayoría de ellos homologados por sus
respectivos gobiernos. Otro mito que puede existir es la idea de que para ser
una iniciativa pedagógica en la naturaleza basta con salir ahí fuera. De nuevo,
la realidad es mucho más compleja. Mientras que se coincide en el lugar
principal de permanencia (exterior), se difiere mucho en el cómo se está. En unos casos, los niños
reciben instrucción curricular, en otros, se practica el juego espontáneo con
ciertos límites y en otros, prima la autorregulación de los niños. Existen
centros con enfoque Steiner; otros Montessori, Pestalozzi, etc. Si hay una
orientación “exterior” en cuanto a la manera de acompañar los procesos de
aprendizaje y desarrollo de los niños, ¿existe entonces una “pedagogía de la naturaleza”
específica?
Cuando miramos allende nuestras fronteras, vemos que
existe un importante corpus de reflexión sobre la educación al aire libre, y recibe
nombres tan sugerentes como pedagogía del bosque, de la naturaleza, de la vida
al aire libre, etc. Al contrario que con otros, como los arriba mencionados, no
parece haber ideólogos cuya obra haya sido seminal para los que trabajamos en
la naturaleza. Por supuesto que hay eminentes filósofos y pedagogos que han escrito
e influido sobre el aprendizaje en la naturaleza (no nos ovidemos, por ejemplo,
de Giner, de sus contemporáneos del movimiento higienista o -yendo más atrás-
de los trascendentalistas de finales del XIX). Pero en la práctica actual, la
pedagogía de la naturaleza parece ser más bien fruto de un esfuerzo colectivo, horizontal
y transversal, que surge de un crecimiento orgánico y conjunto del pensamiento
y la experiencia. Al final, el trabajo pedagógico que se realiza en estos
centros es coherente con su propia esencia: el aprendizaje basado en la
experiencia no solo es válido para los niños que están allí a diario, sino
también para sus acompañantes, sus educadores e incluso sus ideólogos. Percibo
en los proyectos que visito una relación íntima con el espacio en el que se
encuentra, que va más allá de un simple emplazamiento más o menos agradable, de
manera que se establece un proceso de acomplamiento conceptual, filosófico,
amén de físico, al mismo. Es el espacio, es decir, la naturaleza real, tangible
y local, la que determina cómo vamos a estar en ella. Es ella la que nos enseña
cómo enseñar, en la que aprendemos tanto niños como adultos, y, si tenenos el espíritu
abierto, dejaremos que sea la que hable a nuestra razón y a nuestro corazón. La
que, en fin, nos señale el camino a seguir. Es nuestra responsabilidad ordenar
esas enseñanzas fruto de la experiencia y del genius loci, y transformarlas en un marco de referencia para el
acompañamiento del desarrollo y el aprendizaje de los niños.
No creo tener, pues, una respuesta definitiva a la
pregunta que encabeza este post. Pero sí pienso que hay una pedagogía en la
naturaleza, abierta y generosa, dinámica y adaptativa, que da cabida a otros
enfoques y acoge muchas miradas. Que es compatible con ortodoxias ya
establecidas, pero también con la heterodoxia del sentido común. Son en
realidad muchas micropedagogías, crecidas en el sustrato local y con una fuerte
carga cultural que viene dada por la ética ambiental prevalente en cada lugar. Con
el hilo conductor común del amor y el respeto a la naturaleza, hay una humildad,
tolerancia y apertura de miras y un arraigo común a los orígenes, sean cuales
sean, que son las que hacen que este movimiento de la educación en la
naturaleza sea tan enriquecedor. Creo por ello poder decir que lo que prima en
todos es un profundo agradecimiento por poder recuperar así el vínculo con nuestra
esencia, la naturaleza: viviendo, aprendiendo y compartiendo.
Katia Hueso