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sábado, 17 de noviembre de 2018

Cursos McGyver


Muchos profesionales nos preguntan sobre la formación más adecuada para trabajar en escuelas en la naturaleza como Saltamontes. No resulta una cuestión fácil de contestar. Un acompañante en la naturaleza debe reunir cualidades personales y profesionales complejas y diversas. Debe conocer muy bien el mundo de la infancia, los procesos de desarrollo de los niños, las necesidades de la etapa en la que se encuentran, etc. Igualmente ha de tener sensibilidad, afinidad, respeto a la infancia. Ir mucho más allá del clásico “me gustan los niños”. Es decir, haber completado una formación -desde la vocación- como maestro, pedagogo, psicólogo o afín. Por otro lado, es una persona que debe conocer y, en la medida de lo posible, haber experimentado las pedagogías activas, en las que es fundamental el respeto al niño, la escucha activa, la observación libre de juicios de valor, la comunicación no violenta, la gestión pacífica y no jerarquizada de los conflictos, y todo ello sin caer en errores típicos como sobreanalizar lo que está pasando o la autorregulación temeraria. Para todo ello, hace falta algo más que leer libros o hacer formaciones de fin de semana. Hace falta mucha experiencia y madurez, haber vivido, observado y analizado (a posteriori, eso sí) todo aquello que ha sucedido. En el monte, con los niños, hace falta estar muy atento, muy alerta, y al mismo tiempo transmitir confianza y serenidad. Y en último, pero no menos importante, lugar debe ser una persona apasionada de la naturaleza. Que le guste estar en ella, haga el tiempo que haga; que entienda sus procesos igual que entiende los de los niños. Que sepa cómo moverse, cómo estar, cómo respetarla, agradecer lo que nos da y devolverle lo que de ella tomamos. Ha de tener también ganas de aprender, de indagar, de saber más, pues la naturaleza siempre nos trae sorpresas. Para todo ello es además necesario tener una buena forma física y una limpieza mental que permita acompañar a los niños con la intensidad y entusiasmo que requiere, y hacerlo en un entorno tan complejo como fascinante como es el medio natural.

Si además queremos crear nuestro propio proyecto, la cosa se complica. Necesitaremos un perfil de auténtico McGyver. A todo lo anterior debemos añadir otras habilidades para gestionar el proyecto: Capacidad de comunicación en lenguajes muy diversos, que nos permitan acercarnos a las familias, motivar a nuestro equipo y convencer a la sociedad de lo que hacemos. Rigurosidad en áreas tan diversas como la logística, la contabilidad y la seguridad de los niños. Pero, al mismo tiempo, flexibilidad para adaptarse a las circunstancias cambiantes de la naturaleza y a los intereses variables y variados de los niños. Y energía suficiente para hacer todo esto con una sonrisa genuina en la cara. Abundan ahora los cursos que prometen en pocas horas convertirse en un McGyver así. De cuatro años de carrera de magisterio sales sólo parcialmente preparado para este trabajo. Sin embargo, nos pretenden convencer de que estas formaciones, impartidas en unos pocos fines de semana, nos capacitan para gestionar una escuela en la naturaleza. Con palabras grandilocuentes y polisílabas, nos seducen diciendo que estamos sólo a 100 horas de alcanzar esa meta. Estos cursos pueden estar muy bien para introducirse en algunos aspectos, que variarán en función del enfoque que cada institución organizadora le quiera dar. Pero, dada la rápida proliferación de formatos y entidades que ahora los ofrecen, el alumno ha de ser muy crítico a la hora de entender y aceptar qué bagaje va a obtener de ellos. Indagando en el perfil del profesorado y de la institución que los vende y la experiencia que éstos tienen; estudiando el programa para ver si propone lo que necesita (prácticas, observación in situ, actividades en la naturaleza) y si el enfoque encaja con esa visión de respeto y férrea defensa de la infancia y la naturaleza. Tampoco McGyver se formó en un día ni lo hizo por correspondencia.