Cuando llegan estas fechas, mayores y pequeños nos lanzamos a pensar lo que
queremos pedir a los Reyes y a escribir prolijas cartas con nuestros deseos, sean
materiales o de otro tipo. En este post nos queremos centrar en estos últimos. Que
no por ser intangibles, son imposibles de conseguir. Ya sabemos que la paz en el
mundo, eso que todos anhelamos -especialmente cierto tipo de concursantes- es difícil incluso para los Reyes. Pero podemos
ser mucho más modestos y pedir algo que nos haga disfrutar a todos: un charco.
Un charco es el regalo perfecto para un niño, y para los Reyes. Cumple con
la regla de las tres B: Bueno, bonito y barato. En fin, lo de bonito tal vez no tanto. Y, con la
sequía que venimos sufriendo, no es tanto una cuestión de precio -barato- sino de disponibilidad. Desde
ese punto de vista, hay que agradecer que los charcos no se vendan, porque hoy
serían carísimos.
Pero que un charco es bueno, es indudable. Alguien se ha fijado en lo que
hace un niño cuando hay uno cerca. ¿Lo ignora? ¿Lo esquiva? ¿Lo mira con
aprensión? (es decir, lo que hacemos los adultos). Ya puede haber infinito
terreno alrededor, que va a él como atraído por un imán. Si está bien equipado
y no se moja o pasa frío, un niño puede pasarse horas entretenido con un
charco. Y si va con su mascota, diversión garantizada y elevada al cubo, para
ambos. Ese modesto cuerpo de agua es un lugar para imaginar batallas navales,
para conquistar tierras ignotas -las que quedan al otro lado-, para hacer una carrera
de ingeniería -concretamente, la de caminos, canales y puertos- o, simplemente,
para mirarse en él. Si hace frío y se hiela, tenemos una pista de patinaje y si
rompemos el hielo, montamos una heladería. Y cuando desaparece el agua, nos
queda el barro.
¡Ah, el barro! Decía el eminente pedagogo Francesco Tonucci que es el
príncipe de los juguetes, y no le falta razón. Con el barro podemos crear lo
que queramos, modelar cualquier cosa a nuestro antojo, fabricar juguetes, crear
imágenes, escribir sobre o con él, hacer arte… Su extrema sencillez hace que no
requiera nada más que nuestras manos para ello y, por eso, nos empodera. En ese
proceso, vivimos experiencias sensoriales íntimas, complejas y fascinantes,
mediante la textura, el color, el olor, la temperatura… sensaciones que van
directas a nuestra amígdala, sin pasar por el filtro de lo racional. El barro
es una poderosa herramienta de aprendizaje, una ventana a lo más íntimo de la Naturaleza
y de nuestra naturaleza. En el barro, al fin y al cabo, está el origen mismo de
la vida. Qué mejor regalo, entonces, que disfrutar de nuestro propio charco.